Domènec Sugrañes i Gras

Por Fernando Garcés. Sugrañes, al igual que Gaudí, nació en Reus. La relación entre ambos empieza alrededor de 1905, cuando Sugrañes estaba terminando su último curso de arquitectura en Barcelona. Gaudí tenía 53 años y él 27. Al maestro le cayó bien desde el primer momento y Bellesguard fue el primer lugar importante donde el joven estudiante tuvo la oportunidad de demostrar su valía.

Hasta ese momento, la mano derecha de Gaudí era Francisco de Asís Berenguer, pero, tras su fallecimiento en 1914, Sugrañes le sustituyó y la relación entre ambos llegó a ser tan estrecha que Gaudí le nombró su albacea testamentario. De hecho, cuando Gaudí desapareció después de ser atropellado, en 1926, fue Sugrañes quien organizó su búsqueda, y, tras la muerte del maestro, también fue él quien se encargó del funeral. Además, en los siguientes diez años, será Sugrañes quien se haga cargo de las obras de la Sagrada Familia. La fachada del Nacimiento, de hecho, la terminó él. No obstante, de todos los colaboradores de Gaudí, quizás el menos conocido es este reusense eclipsado por el carisma de otro joven alumno “adoptado” por Gaudí en su época de Bellesguard. Nos referimos a Josep Maria Juyol, quien, por cierto, si bien no nació en Reus, lo hizo muy cerca, en Tarragona.

Gaudí y sus dos hombres de confianza, Jujol y Sugrañes.

En una ocasión, le preguntaron a Gaudí sobre las peculiaridades de sus dos protegidos. La respuesta se hizo celebre: “Tengo dos gatos en la casa: el uno, Sugrañes, hace su trabajo donde se supone que debe hacerlo; el otro, Jujol, lo hace exactamente donde se supone que no debe hacerlo. Tienen ustedes toda la razón, pero ¿qué puedo hacer al respecto?”[1] En los últimos años, se han hecho muchos actos para revindicar la figura de Jujol, relegando en un segundo plano la obra de Sugrañes, pero la cita anterior demuestra que ambos eran igualmente importantes para Gaudí. Bellesguard es el mejor ejemplo de esta consideración.

Hacía 1905, se acumulaba el trabajo en el taller del maestro. Más de veinte proyectos al mismo tiempo. Los retoques finales de Bellesguard se complicaban por la necesidad de hacer malabarismos con tanta actividad[2]. En 1909, por diversas razones, Gaudí dejó inacabada la obra. Hasta 1916 no se reemprenderá y entonces Gaudí enviará a Sugrañes para realizar esos últimos retoques, pero no fueron unos retoques superficiales. La intervención de Sugrañes imprimió gran parte del carácter actual de Bellesguard ya que conforman dos de las zonas más visible, los mosaicos en la puerta de la entrada y dentro del recibidor. Además, también construyó la casa del guarda.

Detalle de los bancos de la entrada principal.

Se trata de unos retoques no exentos de debate. ¿Quién fue responsable del diseño? ¿Lo eligió Sugrañes, lo hizo Gaudí, lo acordaron entre ambos? Sea como sea, Gaudí confió plenamente en Sugrañes para su ejecución. Como decíamos antes, la relación entre ambos siempre fue muy estrecha. En una reciente entrevista, el hijo de Sugrañes explicó que cuando era pequeño, los domingos, él y su padre acostumbraban a ir al rompeolas del puerto de Barcelona para encontrarse con él y pasear juntos cerca del mar. Una anécdota curiosa si se piensa que la mayor parte del diseño de los mosaicos de la entrada gira entorno al mar: las conquistas de Roger de Luria en el Mediterráneo y el barco que anunció al rey Martín la muerte de su hijo en Cerdeña. ¿Hablaron de estos capítulos de la historia durante sus paseos?

Vistas del Mar Mediterráneo y la ciudad de Barcelona desde las terrazas de la Torre Bellesguard.

Los últimos años de Sugrañes no fueron fáciles. Durante un tiempo, todo parecía ir bien. Construyó edificios propios, como la Torre Loperena, en Salou, y siguió al cargo de la Sagrada Familia. No obstante, en 1936, como consecuencia del estallido de la Guerra Civil, Sugrañes debió abandonar cualquier obra y un incendio destruyó el valioso archivo de Gaudí que él había reunido en su taller de la Sagrada Familia. Aquel joven estudiante de la época de Bellesguard moriría dos años después. Dicen que nunca se pudo reponer al disgusto que le provocó la perdida del archivo de su mentor y amigo.

 

[1] VAN HENSBERGEN, G., Antoni Gaudí, Plaza&Janés Editores, Barcelona, 2002, pág. 211

[2] Ibid., p. 201