Josep María Jujol

El vanguardista viaducto del Torrente de Betlem. Por Fernando Garcés.

Antes de la llegada de Gaudí a Bellesguard, en las fotos de la época, se puede ver un camino público que atravesaba las ruinas del castillo de Martín I. Dicho sendero discurría desde el pueblo de San Gervasio, entonces independiente de Barcelona, hasta su cementerio, situado hoy por encima de la Ronda de Dalt.

Al adquirir la finca María Sagués en 1900, esta parte del camino quedó dentro del recinto privado, de manera que fue necesario habilitar un desvío fuera de los muros. Sin embargo, allí, discurría el torrente de Betlem, especialmente caudaloso cuando llovía. Para salvar su badén, Gaudí siguió un modelo que ya había experimentado unos años antes en los viaductos del Park Güell.

La obra fue realizada entre mayo y agosto de 1908, después de la construcción de la Torre. Hasta hace poco, se pensaba que, para su ejecución, Gaudí contó con la ayuda de Joan Rubió i Bellver. No obstante, una reciente investigación a cargo del hijo de Josep María Jujol, señala que el proyecto lo empezó Rubió pero lo terminó Josep María Jujol, quien entonces empezaba a colaborar con el maestro.

Durante un tiempo, esta obra estuvo en un estado lamentable, oculta tras paredes de ladrillo improvisadas para impedir su hundimiento. La restauración se realizó en el año 2006 gracias a los beneficios generados por la Ruta Gaudí y fue impulsada por el Instituto del Paisaje Urbano del Ayuntamiento de Barcelona.

En los estudios realizados entonces, sorprendió la relación de esta obra con los principios del arte povera (“arte pobre”), un movimiento artístico surgido en Italia alrededor de 1960 y que se basaba en la utilización de materiales humildes y, generalmente, no industriales. Medio siglo antes, Gaudí ya aprovechó –hoy diríamos, “recicló”- piedras desiguales encontradas en el mismo lugar y, lo que es más asombroso, material sobrante de la construcción de la torre Bellesguard. En el acto de inauguración, Giralt-Miracle, entonces comisario del Año Gaudí, señaló que Gaudí “Hubiera podido hacer un simple muro de contención, pero optó por la estructura porticada”. Una estructura que, por un lado, es de una gran belleza estética y, por el otro, un sorprendente ejemplo de ecología. En una revista local, Joan Bergós hace unos años, reseñó «És l’exemple més bonic d’aprofitament dels materials del terreny que he vist».

A su vez, Gijs van Hensbergen, uno de los grandes biógrafos de Gaudí, observó que “el diseño deliberadamente arcaico de Bellesguard quedaba contrastado por poderosas innovaciones arquitectónicas”. El viaducto es una de ellas, hasta el punto que se adelantaba medio siglo a su época. Y añade Hensbergen: “Gaudí dio nueva forma al ondulante terreno mediante una arcada de columnas inclinadas que formaban un viaducto y contrafuerte para sostener el enorme peso de la tierra. El material empleado estaba construido en su mayor parte por rocas y fragmentos de piedra que Gaudí reutilizó de manera ingeniosa. Creando moldes, las formas huecas se rellenaban de capas de fragmentos de piedra y luego de argamasa. Este método infinitamente flexible –“podía repetirse una y otra vez”- suponía una exploración tan barata como fascinante de las técnicas de fabricación en serie”.