La Cruz del ciprés

El ciprés es un árbol de gran longevidad. Se conocen ejemplares con más de 1000 años. Es, además, una especie de hoja perenne, es decir de hojas siempre verdes, y madera muy resistente. Plantado en hilera protege del viento y resiste bien tanto el frío como la sequía. Por si fuera poco, sus raíces crecen muy profundas y no dañan los muros, razón por las que estos árboles son tan usados en jardines y junto a los templos.

 

No es extraño, en consecuencia, que sea uno de los principales símbolos de la vida eterna. En la Antigüedad estaba consagrado a Hades y Plutón, los dioses de la muerte, y, aún hoy, es un atributo habitual de los cementerios. Al mismo tiempo, el ciprés ha sido considerado un símbolo de hospitalidad. Esculapio, el dios de la medicina, tenía un templo rodeado de cipreses. Su perfecta verticalidad evoca, a la vez, salud y rectitud moral. En la tradición cristiana el ciprés ocupa un papel destacado. Junto al cedro, se utilizó para la edificación del templo de Salomón y se considera que Noé construyó el Arca con madera de este árbol.

Dotado de un simbolismo tan intenso, no es extraño que encontremos representaciones de cipreses en varios edificios de Gaudí, auténtico maestro de la simbología. La famosa cruz gaudiniana está inspirada en la piña del ciprés (o gálbulo), que, una vez cae al suelo, se abre de manera similar: cuatro brazos señalando a cada punto cardinal y una quinta apuntando al cielo. En torre Bellesguard se puede observar tan peculiar símbolo, al mismo tiempo, en el jardín, y en la punta de su espectacular pináculo.