Benet XIII

Un refugio palatino contra la peste. Por Fernando Garcés.

El palacio de Bellesguard fue el refugio de un rey y de un Papa durante unos meses decisivos para la historia de la cristiandad, ya que, en aquellos funestos años, tuvo lugar el Cisma de Occidente, la división de Europa en más de un pontífice. Les acompañó el futuro santo Vicente Ferrer, famoso por sus sermones sobre el Apocalipsis y es que una amenaza mucho más mortífera que el Cisma asolaba el mundo en aquella época…

Los tres habían nacido en torno 1348, el año en que la peste llegó al puerto de Barcelona. En los años sucesivos, como en el resto de Europa, la epidemia no dejó de asolar la ciudad condal en forma de repetidos rebrotes. Es muy probable que el rey, ya mayor y enfermo, construyera su palacio de Bellesguard para alejarse de las sucesivas pestilencias de la urbe. Además, para combatir dichos rebrotes, el monarca fundó el Hospital General de la Santa Cruz, reuniendo a los mejores médicos del momento (ver artículo “Medicina y arquitectura”).

Por desgracia, a pesar de las precauciones, el rey falleció pocos meses después de instalarse en su nuevo palacio el 31 de mayo de 1410. La causa de su muerte sigue siendo motivo de debate. Según algunos autores, pudo ser victima de un envenenamiento, intencionado o involuntario, y según otros, de un contagio de peste u otra enfermedad infecciosa. Esta última hipótesis no sería descabellada. Otros miembros de la realeza sucumbieron a las diferentes epidemias de aquella época. Sin ir más lejos, el heredero a la corona, Martín el Joven, murió en 1409, de malaria, y su esposa, María de Sicilia, de la peste. Además, Margarita de Prades, la segunda esposa de Martín I, también expiará en un monasterio victima de otro rebrote de la peste.

Esta desoladora enfermedad jugó un papel aún más dramático en la vida del otro ilustre morador de Bellesguard: Benedicto XIII, más conocido como el Papa Luna. Por un lado, se conservan numerosos documentos escritos en los que el pontífice intenta paliar el impacto negativo de la peste en diferentes monasterios y villas, tanto de la corona de Aragón como la francesa. Por el otro, la peste es una de las principales razones que sus planes se truncasen apenas acometidos: allí donde iba, como una maldición, siempre le sorprendió un rebrote de la peste que le obligó a abandonar la ruta prevista. En especial, la retirada de Génova a causa de la epidemia que puso fin a su triunfal marcha hacia Roma, donde pretendía derrotar a su oponente a la tiara papal. Una desgracia similar ensombreció sus estancias en Marsella y Perpiñán. Por si no fuera poco, en el concilio de Pisa, celebrado en marzo de 1409, Benedicto XIII fue declarado hereje y cismático. En consecuencia, sin apenas aliados, y sitiado, como hemos dicho, por la peste, allí dónde fuera, el Papa aragonés decidió guarecerse entonces en Barcelona, donde el rey Martín I, la cabeza visible de la Corona de Aragón, le dio cobijo en su nuevo palacio de Bellesguard.

Y así es como, desde mediados de 1409 hasta principios de 1410, el nuevo palacio fue el refugio de un rey y de un Papa, además de Vicente Ferrer, el santo conocido como “El Ángel del Apocalipsis”. Desde allí, los tres intentaron luchar tanto contra la peste como contra los cambios políticos y religiosos que se fraguaban a su alrededor. Tanto el rey como el papa perderían la batalla. El rey antes que el Papa, pero, aún hoy, perduran las leyendas de su trágica resistencia.

Vicente Blasco Ibáñez, en su novela El Papa del Mar, escribió:

“Otro infortunio aún mayor cayó sobre el anciano Pontífice, que había establecido su corte en Barcelona. La peste causaba grandes estragos en la mencionada ciudad, pero él no quiso huir ante su amenaza, como lo había hecho en Marsella y Génova. Hubiérase dicho que la desafiaba, cansado de luchar y de vivir.

La epidemia respetó a este viejo pequeño y enjuto, que parecía sostenerse por un esfuerzo de su poderosa voluntad, mientras se iba ensañando en los personajes de su corte y acababa de matar a su más poderoso sostén, el rey don Martín.

Cabizbajo y lloroso lo acompaño el Papa hasta la tumba”.